(Pintura de Marc Chagall)
También podríamos estar tendidos
en el primer plano del cuadro
con la chaqueta manchada de pasto
y de nuestro sueño
quizás surgirían
un caballo indiferente
una vaca de lento rumiar
una choza de techo de paja.
Pero
el asunto
es que las cosas sueñen con nosotros,
y al final no se sepa
si somos nosotros quienes soñamos con el
poeta
que sueña este paisaje,
o es el paisaje quien sueña con nosotros
y el poeta
y el pintor.
Un desconocido silba
en el bosque.
Los patios se llenan
de niebla.
El padre lee un cuento
de hadas
y el hermano muerto
escucha tras la puerta.
Se apaga en la ventana
la bujía que nos
señalaba el camino.
No hallábamos la hora
de volver a casa,
pero nos detenemos sin
saber donde ir
cuando un desconocido
silba en el bosque.
Detrás de nuestros
párpados surge el invierno
trayendo una nieve que
no es de este mundo
y que borra nuestras
huellas y las huellas del sol
cuando un desconocido
silba en el bosque.
Debíamos decir que ya
no nos esperen,
pero hemos cambiado de
lenguaje
y nadie podrá
comprender a los que oímos
a un desconocido
silbar en el bosque.
NADIE HA MUERTO AUN EN ESTA CASA
Nadie ha muerto aún en
esta casa.
Los presagios del
nogal
aún no se descifran
y los pasos que
regresan
siempre son los
conocidos.
Nadie ha muerto aún en
esta casa.
Lo piensan las pesadas
cabezas de las rosas
donde el ocioso rocío
se columpia
mientras el gusano se
enrosca amenazante
en las estériles
garras de las viñas.
Nadie ha muerto aún en
esta casa.
Ninguna mano busca una
mano ausente.
El fuego aún no añora
a quien cuidó encenderlo.
La noche no ha cobrado
sus poderes.
Nadie ha muerto pero
todos han muerto.
Rostros desconocidos
se asoman a los espejos
otros conducen hacia
otros pueblos nuestros coches.
Yo miro un huerto
cuyos frutos recuerdo.
Sólo se oyen pasos
habituales.
El fuego enseña a los
niños su lenguaje
el rocío se divierte
columpiándose en las rosas.
Nadie ha muerto aún en
esta casa.
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